Ya sean naturales o adquiridas en tiendas de cosméticos, todas las mujeres utilizamos mascarillas para mejorar el estado de nuestra piel, aportándole vitaminas y otros elementos que hacen que la piel de nuestro rostro luzca suave y radiante.
Sin embargo, no todas las mascarillas son iguales, y dependiendo de las necesidades específicas de nuestra piel deberemos utilizar unas u otras. Los tipos más habituales de mascarillas desde el punto de vista de su función son los siguientes:
– Hidratantes: Es la ideal para nosotros si nuestra piel es seca, con tendencia a deshidratarse y notamos a menudo la piel tirante. Con ella aportamos la humedad que la piel necesita, ayudándonos a disimular las pequeñas arrugas y protegiendo nuestro cutis de agresiones externas.
– Purificantes: Se utilizan principalmente en pieles grasas y mixtas para limpiarlas en profundidad y eliminar las suciedad que da lugar a los puntos negros.
– Revitalizantes: Se utilizar para estimular la regeneración celular y mejorar la oxigenación de la piel, con lo cual mantendrá un aspecto joven más tiempo. Su uso está indicado sobre todo en pieles maduras, cuando la piel comienza a perder sus mecanismos naturales de regeneración.
– Reafirmantes: Tienen un efecto tensor sobre la piel del rostro, además de suavizarla y ayudar a disminuir las pequeñas arruguitas que aparecen poco a poco alrededor de los ojos y la boca.
Según su composición podemos distinguir:
– Mascarillas en polvo: Suelen tener un alto contenido en minerales, por lo que tienen un gran poder refrescante y reafirmante.
– Mascarillas en gel: Son perfectas para los cutis grasos, ya que mantienen la hidratación pero sin añadirle grasa. Se absorben rápidamente y no es necesario retirarlas:
– Mascarillas en velo: Se componen de colágeno y se aplican sobre el cutis y la piel del escote para aumentar la elasticidad de la piel.