Colágeno. Es un término que ya es habitual al hablar de la piel y tratamientos de belleza. La clave está que es un elemento que forma parte de manera natural de la dermis pero que, con el paso del tiempo, va dejando de producirse. Un motivo por el que es especialmente importante aportarlo de nuevo al cutis para ganar en firmeza y conseguir tener una piel lisa y tersa. Pero, ¿cuándo es necesario aplicarlo? ¿A qué edad deja de producirse en el cuerpo de forma natural? ¿Cuál es la mejor forma de aplicarlo?
Edad
Normalmente, se piensa que el colágeno deja de producirse cuando ya se alcanza una edad madura. Pero no es así. En realidad, a los 25 años, se comienza a perder un 1% del colágeno al año. Esto hace que empiecen a aparecer los primeros signos de la edad en la piel.
No obstante, en general, es a partir de los 40 años cuando la piel empieza a perderlo de forma más rápida, proceso que se intensifica a los 50 años y desde esa edad. De acuerdo con los datos de diferentes estudios, en la mayoría de las mujeres hay una caída del 30% en los primeros años posteriores a la menopausia. Esto hace que la piel se vuelva más flácida, pierda elasticidad y aparezcan las arrugas y líneas de expresión.
Tratamiento
Para evitar la pérdida de colágeno, hay que incorporarlo a la rutina de cuidado facial con cremas, sérums o suplementos. Un tratamiento en casa que, de vez en cuando, se puede complementar en centros de estética y de belleza con profesionales expertos.
En las tiendas, se pueden encontrar diferentes productos con colágeno. ¿Cuál utilizar mejor? De cara a la aplicación sobre la piel, lo más recomendable es utilizar colágeno hidrolizado.
El colágeno es una proteína muy grande que no puede penetrar muy bien en la piel, permaneciendo así en su superficie. Sin embargo, el colágeno hidrolizado se caracteriza porque se descompone en partículas más pequeñas o péptidos, que facilitan su absorción hasta la segunda capa de la piel.
De este modo, se consigue humedactar la piel, ayudando a retener el agua en las células de la dermis, cuya pérdida es una de las principales causas de aparición de las arrugas.
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