Cuando llega el invierno nuestra piel sufre tanto como con la llegada del calor. Si en verano puede deshidratarse fácilmente, en invierno es fácil que las zonas expuestas se agrieten y se resequen como consecuencia del frío, la humedad y los contrastes térmicos.

Una de las zonas del cuerpo que más padece los estragos del invierno es la piel de las manos. Pese a utilizar guantes, es fácil que se resequen pues, cuando salimos a la calle hace frío y cuando entramos en el metro, en la oficina o en casa hace calor. Este contraste térmico puede provocar alteraciones en la piel que pueden ser muy molestas.
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